Trufa: Oro negro para tus platos
La trufa negra es un manjar en sí mismo, capaz de enriquecer tus platos ofreciendo un toque espectacular. A pesar de su elevado precio, merece la pena hacerse con trufa negra para elaborar nuestros platos más especiales. Este hongo tiene múltiples usos, y es capaz de aromatizar otros alimentos sorprendiendo a los comensales más exigentes.
Se trata de un alimento muy especial para dar valor a los sabores y aromas de la comida. Generalmente se usa como un condimento, que sin duda enriquecerá tus mejores recetas. Se recomienda no utilizarla con aquellos alimentos que enmascaren su delicioso sabor y aroma, tales como el ajo, el tomate frito, y especias varias. La trufa negra tiene mucha personalidad y conviene degustarla ofreciéndole todo el protagonismo que se merece.
La trufa negra se reconoce fácilmente por su piel verrugosa y carne dura, así como por su aroma penetrante e intenso sabor. Por ello, suele utilizarse en pequeñas cantidades bien rallada o laminada. Tan sólo un pequeño trozo es capaz de dar ese toque diferenciador y especial que queremos para las recetas en las que buscamos lucirnos o simplemente disfrutar. La trufa negra puede utilizarse tanto fresca como cocinada en platos calientes, mientras que la trufa blanca sólo se usa en fresco ya que con el calor pierde buena parte de sus propiedades y sabor.
En cuanto a su valor nutritivo, la trufa es rica en vitaminas y minerales, con un elevado contenido de vitaminas de grupo B, especialmente B2 y B3.
Cómo usar la trufa
¿Qué usos tiene esta delicia en nuestra cocina? Generalmente se usa rallada o laminada, para aromatizar y dar sabor a diferentes platos. Es ideal para dar ese toque especial a tus risottos, platos de pasta, recetas con huevo, etc. Si quieres una degustación muy especial, puedes apostar por la sencillez y colocar la trufa laminada en un plato con un poco de aceite de oliva virgen extra. Hay que dejar reposar algo más de una hora, y a continuación degustar la trufa sobre una fina tostada de pan. ¡Deliciosa!
Enriquece tus alimentos
Una práctica muy común consiste en trufar determinados alimentos, es decir, dejarlos reposar con la trufa para transferirles su aroma y sabor. Por ejemplo, el aceite es uno de los alimentos que más se enriquecen y que podemos aprovechar para elaborar deliciosas recetas. Para trufar el aceite es importante elegir un aceite de girasol y no usar aceite de oliva, ya que este último alteraría el sabor y propiedades de la trufa.
Para trufar el aceite, sólo tenemos que sumergir la trufa fresca y previamente limpia en una cantidad de aceite suficiente (como mínimo, un litro). Dejaremos reposar durante unas 72 horas, y ya estará listo para utilizar. No se recomienda tener la trufa en aceite más de dos semanas, ya que ésta se acabaría pudriendo. La mejor forma de conservar la trufa fresca es en un recipiente no hermético entre 0 y 2º. También se puede congelar durante como máximo un año en el congelador. A la hora de conservar esta trufa, lo mejor es no limpiarla, y hacerlo solamente justo antes de su utilización.
Otros alimentos que podemos trufar son los quesos y los embutidos. Los embutidos que se consumen en fresco se pueden aromatizar por contacto dejándolos en un recipiente bien sellado durante algunas horas con la trufa. Si vas a preparar algunos embutidos para su curación, puedes incluir la trufa rallada en la masa de carne, que después curará gracias a la sal y especias.
Si eres amante del queso, no puedes dejar de probar los quesos trufados. Una forma de elaborarlo consiste en poner un queso curado previamente cortado en un recipiente con aceite trufado. Si quieres trufar un queso más blando tipo brie puedes introducir el queso junto a una trufa en un envase hermético.
Y si quieres disfrutar de un buen queso tipo Torta del Casar, también puedes untarlo en un trozo de pan, y rallar unas láminas de trufa por encima. ¡A disfrutar!